viernes, febrero 13, 2004

Escribir publicidad para un banco puede llegar a ser, en casos excepcionales, interesante. A pesar de siempre ser espantoso. Por eso renuncié.

Estoy un tanto preocupado porque la señora que vende glorias en los escalones del Centro (comercial) Coyoacán no ha estado ahí las últimas tres veces que he pasado. (Escandinavos: Gloria.- Dulce de leche y nueces, chicloso, del cual se origina el significado vulgar y religioso de la palabra.)
Nos hicimos amigos hace un mes, un día de tristeza. Iba pasando y me dijo: "Glorias, joven". Me acerqué y le conté lo que ya le había contado a dos taxistas, y me dijo cosas poca madre, o mucha madre, como todo lo que dicen las abuelitas. Después de buen rato de platicar, llegaron otros clientes y me chivié un poco. Decidí que ya era tiempo de irme, y antes, como pensando "todavía que te aliviano y te me quieres escapar", me dijo: "¿no se lleva una gloria, joven?". Me niego a pensar que sea por carera que las dé a siete pesos, dos pesos arriba de lo normal. Concluí que debía ser por una cuestión bíblica. Le pagué, le di muchas gracias, dijo que iba a rezar por mí, y me fui, con más gloria y menos pena.
Al día siguiente la vi, en el mismo lugar, camino al metro, y me dijo, cómo te va chiquito lindo. Le dije que todavía estaba triste el asunto. Le expliqué. Me dijo, ay, ya me está dando coraje eso que me dices. Y me soltó un consejo que, más que a la sensibilidad, incitaba a la promiscuidad. Esa vez no vendía glorias, vendía borrachitos (los escandinavos a ver cómo le hacen; ignoro de que estén hechos), y como de plano esa vez sí me vio muy jodido, me regaló uno.
Al otro día la volví a ver. Me preguntó que cómo estaba. Le dije que mucho mejor. Bendito sea Dios, mijo. Hablamos un poco, le compré una gloria y me fui. Y así, sin detenerme tanto, las siguientes veces: saludos, gloria, bye.

La última vez que la vi, tras saludarnos, le dije que ya todo estaba mucho mejor, y me dijo algo muy chingón, que ahorita no recuerdo exactamente. Antes de irme me acerqué y le planté un beso en la frente.

Desde entonces no la he vuelto a ver. Temo que en su casa le hayan dicho algo como: "no, Agüe, váyase de ahí, hay cada pinche loco que luego uno ni sabe qué van a intentar después".

Pero no creo. Yo soy una persona muy decente.


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Ahora puras glorias de cinco pesos.




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