martes, febrero 10, 2004

Hoy me levanté temprano para ir a hacerme unos análisis. Como buen previsor, llevé una bolsa de plástico con mi desayuno para comer después, cuando intentara llegar a tiempo al trabajo. Por disposición de un famoso naturista de Chihuahua la bolsa constaba de alguna fruta, verdura, dos almendras. También llevaba un atole de fresa que compré al salir del laboratorio (donde de noche trabajo para conquistar al mundo), pan del que me dijeron que no comiera, y miel. La dieta que yo esté llevando a nadie le importa, eso queda claro. Pero desde que me comí todo eso frente a un nutrido grupo de personas en un íntimo espacio, ya lo puede saber todo el mundo. (Nutrido porque seguro todos habían desayunado antes de salir.)
Lo que quiero decir es que hoy, martes 10 de febrero de 2004, a ojos del respetable, que curiosamente era predominantemente chilango, desayuné en un pesero (vehículo modelo Combi, diseñado originalmente en Alemania en 1950, rediseñado en México DF con cordón cierra puertas, accionado por mano, antebrazo y músculos del hombro izquierdo del chofer).
Inauguré mi osadía a pocas cuadras de Insurgentes partiendo un limón con un cuchillo hotelero. Volví a la carga partiendo una de las veduras. Tres minutos después la vergüenza que le dio a los demás se había resumido a las miradas de una muchacha en la esquina opuesta (la esquina opuesta quedaba aproximadamente a un metro con setenta centímetros), quien no alcanzaba a entender por qué me empeñaba en comer frente a los demás, y además saludablemente.

Hablando de salud, el próximo viernes termino una residencia artística que duró un mes y diez días. O diciendo lo mismo de otra manera, el próximo viernes dejo este trabajo publicitario (y no me refiero al blog).
Me dedicaré a la escritura de un libro de relatos. Y a publicar en revistas.

No voy a trabajar de ingeniero. Adiós tarjeta platino.
Bienvenido Homero (con esas rimas, mejor la tarjeta).

Hago bien.
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En otras cosas de naturismo, ayer descubrí los tlacoyos.