lunes, febrero 02, 2004

Entre la esperanza y la realidad yace una novela llamada El mundo de ocho espacios, de la cual ya hablé aquí. La escribí entre los 26 y los 29 años. Hoy un agente literario por teléfono me dijo que le interesaban mucho mis cuentos (Los cuentos de la mujer perdida), escritos hace 5 años, y que podía pasar a recoger el engargolado de mi novela cuando quisiera. Yo le dije que últimamente mi escritura estaba retomando un tono más parecido al de mi primer trabajo y que le haría llegar lo más reciente de mi producción cuando terminara algo nuevo. Me dio esperanzas de incluirme en su catálogo de representados cuando esto pase.
Es decir, al mundo de ocho espacios que se lo lleve el diablo.
El hecho de que siete de cada tres personas que leen la mencionada novela no la entienden al principio parece explicar por qué tampoco esta vez fue la excepción.
Al colgar el teléfono, me vi frente a una página de Word que contenía mi más reciente trabajo publicitario (del cual ahora no puedo hablar con tanta ironía pues era un trabajo encargado por el dueño de la empresa, quien se preocupa por mi estabilidad emocional y de vez en cuando me encarga trabajos más edificantes). Total, lo que quería decir es que al colgar el teléfono me vi ante la página electrónica, llevando el cursor de arriba a abajo de la página con las teclas "flechita arriba", "flechita abajo" (vea usted el manual de su computador), así, al menos unas diez veces, como en una reacción involuntaria parecida a manejar sin rumbo por media hora, esto ante el rechazo de tan arduo trabajo novelístico. Porque deben ustedes saber que escribir algo raro tiene su chiste. Pero entonces, inspirado por esa serie de pensamientos constructivos que le vienen a uno en momentos difíciles, me dije: chingada madre, y yo que creía que le iba a gustar.

Tengo el consuelo de recordar lo que Jung dijo sobre libros como el mío (afortunadamente Jung ya no está aquí para decirme que no se refería a libros como el mío, sino a otros):
"que sólo serán comprendidos en la siguiente generación".

De mutantes.

¿Pero quién no es junguiano entre los 26 y los 29 años de edad?, excluyendo, claro, a los empresarios, administradores, ganaderos y ex-a-Tecs. Recuerdo con cariño a un amigo que tenía un comic llamado: "Ahí vienen los ex-a-Tecs-rrestres".

EMDOE fue escrito bajo una serie de coincidencias entre lo escrito, lo vivido, lo pensado, lo planeado, lo soñado, lo anticipado, lo percibido, lo pachequeado, y aquí dirán muchos: Ya salió el peine! Pero no, El mundo de ocho espacios lo vivimos a diario, todos: ustedes y yo. Que esté raro realmente no es culpa mía, soy un escritor de nuestro tiempo.

(Qué patético: Joven escritor justifica su libro frente a sí mismo.)
Pero van a ver.

Seguramente la tele, o un libro de Pérez Reverte.