martes, enero 27, 2004

El relojito ya no miente. Descubrí una función para cambiar el tiempo. Por lo pronto lo he puesto en la hora que es ahora: 9:30 AM. Después voy a cambiar el reloj para manipular mis actividades de acuerdo a un horario alternativo. Me explicaré cuando lo haga. Por lo pronto aquí estoy, a punto de ir a una junta donde todos explican lo que han estado haciendo en su trabajo. Estoy en el tercer piso. Hay una ventana que muestra unas azoteas, unos tinacos, unos tendederos, una antenas de televisión, árboles. Luego, más abajo, si uno se asoma, un asilo para señoras, casi todas ancianas. No me siento especialmente inspirado. Pero quiero ir escribiendo algo. Hoy en el microbus escuché en el radio, o bien, hoy en el radio escuché a una señora, o bien, hoy escuché a una señora que en el radio nos decía a todos los del microbus, que dos años antes su esposo se había ido con la secretaria, y el esposo, para darle el divorcio, le pedía a ella que le diera una pensión. La señora quejosa daba algunos detalles sobre las manías de su maridito, hinchados de tanto folclor, que todos en el micro veníamos dándonos una atragantada de morbo.
El chofer del micro estuvo chingue y chingue con que me quitara de donde yo estaba porque no lo dejaba ver su espejo. Me moví. Una mujer me vio con cara de chilanga por la mañana, como diciendo, quítate pendejo que me voy a bajar. Yo bajé detrás de ella. Rapidísimo lo supo y me volteó a ver con esa mirada que uno se acostumbra a tener aquí, para ver si nadie te sigue. Pero yo iba por otro lado.
Salí del micro, caminé unas cuadras, subí escalones, saludé al poli de la entrada, saludé a un colega. Abrí esto. Llegué escribiendo, hasta aquí.