jueves, febrero 19, 2004

Traigo dos manchitas amarillas en la vista que se acaban de esfumar en este instante. Las vi en la pantalla blanca al prender la computadora y provienen de la imagen del pollo que se está cociendo en la cocina, al que fui a ver antes de venir y prender esto. Por la oscuridad circundante, al aparecer la pantalla blanca aparecieron ahí proyectadas las manchitas de piel de pollo o de grasa de pollo, pequeños residuos que no alcancé a quitarle a los muslos con hueso, a pesar de que les arranqué la piel sin ningún asco de ese infantil que a uno que no es muy diestro en la cocina le queda en la psique a veces hasta edad avanzada. Hasta lo limpié con limón, y luego le puse un diente de ajo, como me dijo hace una semana la vecina, para que no me supiera nomás a pollo. Mi mamá ha de haberme dicho eso hace buen rato, pero hasta hace unos días no lo había hecho. Luego dije, tengo cebollas, esta vez puedo usarlas, no como otras veces que cebollas y papas y lechuga se quedan ahí compradas y olvidadas en la cajita del refri y cuando después de semanas abro, ah jijo, no pos ya no.
Celebro que hoy, por primera vez desde que hago pollo para comer, he puesto un pedazo de cebolla en el agua donde se cuece. Todo empezó mal en 1999 en Las Cruces, cuando sometía a mediocres descongeladas pechugas sin piel ni hueso compradas en el Furr´s o en el Wal Mart, y claro, el pollo no hace milagros por uno. Arroz blanco y pollo, arroz blanco y pollo. Al siguiente día arroz blanco y pollo (y claro, si llegaba a ir a un restaurante, pues claro, a pedir pollo, por la nostalgia de su sabor). Pero bueno, éste que está en la estufa está a punto de quedar listo y va a ser el mejor pollo que he cocinado en mi vida.

Cambiando de tema, ayer, con el cuento de que ya estoy más en el departamento por razones escriturales, me encontraba leyendo, ahora sí, la Ilíada, y tocan a la puerta. Era el hijo de la vecina, quien entró... pero antes de acusar su osadía debo decir que bastantes favores les debo a los amables vecinos, que si cuando llegué un garrafón de agua, que si cuando estaba en el trabajo comprarme un cilindro de gas, que si un poco de sal, porque fíjese que la gente sigue diciendo que Lucas y yo estamos locos, pero era con azúcar el chiste, en fin, que si una olla porque se me olvido separar en bolsitas el pollo y tengo que hacer todo el paquete de un jalón, hasta me ofrecieron una tele descompuesta para que yo la llevara a componer a la vuelta con el eléctrico y la usara, esto último un ofrecimiento completamente de su parte ya que no he precisado ni extrañado la tele desde que llegué, pero que acepté pues no aceptarle una tele a alguien me dejaría como un sospechoso digno de vigilancia. En fin, ayer, ah, ya me acordé, fui a pedir la ollota que me habían prestado días antes, esta vez para cocer frijoles por primera vez en mi vida, orgulloso estaba yo de eso, y me dijo la vecina, si quieres mejor te presto la olla express, a lo cual respondí, menos emocionado que temeroso de que me fuera a explotar esa madre, pues salvo algunas veces en que mi madre en Chihuahua me dijo, apágale a los betabeles en quince minutos, o, le bajas a las 4:30 a los frijoles, nunca en mi vida había hecho uso responsable de una olla express. Mostré confianza en la cara y dije, nomás dime bien cómo le hago, a lo cual ella respondió abriendo la alacena y sacando una lata de frijoles refritos Verde Valle, mira, estos están muy ricos y son muy prácticos. Yo los acepté, a pesar de saber que todo alimento industralizado es menos bueno que el que uno cuece en la estufa, y cuando me estaba yendo, muy agradecido dije que cualquier cosa estaba a sus órdenes, y luego supe que al niño a veces le dejaban tareas con dibujos bien difíciles que la mamá, según me confesó, no podía hacer, dijo la mamá, es que yo no sé dibujar, y yo pensé, pues bueno, pero el niño podría aprender, pero no va uno a educar a los hijos de las vecinas así como así, y me quedé callado y dije que por supuesto, en caso de que se ofreciera con mucho gusto podía ayudarle con algunos dibujos difíciles que le dejaran. Ya en ese mismo momento, ante mi insistencia por ser cortés, el niño fue por su cuaderno y leímos, casi al unísono: Haga un cuadro sinóptico de la flora y la fauna de los bosques, y la mamá me miró como diciendo, ves, ya aquí necesitamos dibujos, mostrándome en el libro de texto un leopardo, un mapache, una ardilla, un rumiante cuyo nombre desconozco, y una lechuza. Pero yo, haciendo acto de memoria encontré que un cuadro sinóptico es aquel de llavecitas, como árbol genealógico salido de la pared, y al instante dije, tratando de no parecer muy feliz: Ah, bueno, pero un cuadro sinóptico no lleva dibujos pues es de esos que lleva llavecitas y puras letras. Nada de dibujos. Verdad, Roberto, le dije al niño, y él afortunadamente tenía un ejemplo de dichos cuadros en su cuaderno. Un cierto gesto de desilusión se dibujó en la mamá, quien a huevo quería que algo se dibujara, y dibujó un gesto en su cara, como diciendo, bueno, pues en otra ocasión será. Yo dije, bueno, gracias por la tele y por los frijoles, y me fui en sana paz a mi departamento. Ahí estuve, hice varias cosas, pasaron quizá dos horas, hasta que me puse a leer la Ilíada: Ayante Telamonio estaba diciéndole a Héctor, hijo de Príamo, que no iba a valer madres, cuando en eso tocaron a la puerta. Era el hijo de la vecina, quien cuaderno en mano me dijo, oye, que dice mi mamá que al fin sí voy a necesitar unos dibujos, mira, aquí están los colores, y deben ir en esta y en esta página del cuaderno. Son estos árboles y estos animales (el leopardo, el mapache, et al). Aquí te dejo. Yo le dije, estee, y, de dónde saco las plantas que te piden, ah, mira, de esta página los puedes copiar. Esteeee, con ganas de decirle, cómo no te pones a hacerlos tú, cabrón, pero dije, bueno, correpondencia, correspondencia por esta vez. Si quieres regresa como en media hora. Me dio risa, luego cerré la puerta, me senté y saqué un color café para empezar con el primer nivel de bosque, que era árboles de hojas caedizas, lo cual no fue muy difícil, luego seguí con el segundo nivel, que era bosque mixto, tanto árboles de hojas caedizas como árboles perennes, como pinos. Tampoco hubo problema, aunque me di cuenta que por hacerlos bonitos, me había tardado un poco más, luego el tercer nivel, bosques perennes, como robles y cedros, sin problema, como dibujar tres arbolitos de navidad. Pero seguía el leopardo y compañía, así que sin hacer un bosquejo previo tomé un color café, y fui dibujando el contorno de tan bonito animal. Qué bien iba quedando, hasta que otra vez llegué a la cola, y ay, huey, era como un leopardo-cerdo. Noté que su anatomía mostraba una cierta irregularidad, y tras dudarlo un poco, arranqué la página del cuaderno, el cual no era de espiral, sino de aquellos como revista, en que se arranca también la página al otro lado. Pues ahí estoy, borrando todo rastro de que se habían arrancado páginas. Finalizada la tarea, volví a la carga con el leopardo, esta vez empezando por la cabeza, luego la pata, fijándome bien, y sí, esta vez quedó una bonita imagen parecida a un felino. Las manchas que se las ponga él, me dije, y seguí con el mapache, el cual comencé a copiar a partir de las orejas, pero luego me fui dando cuenta que era de esos dibujos que no tienen contorno propiamente, sino que mediante el dibujo del pelaje en cierta disposición se va conformando la fisonomía del animal, y la cara del mapache era un reto de sutilezas y trazos que no mames, y como ya había empezado trazándolo igual al de la figura, pues fue un pedo para que el pinche mapache se pareciera a un mapache, y claro, al ver el reloj, me dije, un tanto presionado, este huey va a venir y yo voy a estar apenas con la ardilla, que no demoró mucho, si acaso algunos problemas con el hocico, luego el rumiante, que tampoco fue muy difícil, pero el b... y en eso tocan... Hola, oye, es que me falta el buho, si quieres date una vuelta en diez minutos. Ah, bueno, bye. Pinche buho, tenía unas rayas en la cara que ya en la desesperación me quedaron como si tuviera como que bigote. Pero me dije, sí, sí parece buho, y ya ni pedo. Poco después vinieron por los dibujos, y me preguntó el mocoso: ¿Oye, sabes de matemáticas?... Por orgullo ingenieril dije que sí, pero fui y dije que estaba leyendo y eso los presionó a llamarle a una compañerita que les dijo que detrás del libro venía la regla dividida en quintos que necesitaban para resolver su problema.
Y yo me regresé a casa a leer: Creo que están a punto de matar a Patroclo. Y se va a hacer un desmadre.

viernes, febrero 13, 2004

Escribir publicidad para un banco puede llegar a ser, en casos excepcionales, interesante. A pesar de siempre ser espantoso. Por eso renuncié.

Estoy un tanto preocupado porque la señora que vende glorias en los escalones del Centro (comercial) Coyoacán no ha estado ahí las últimas tres veces que he pasado. (Escandinavos: Gloria.- Dulce de leche y nueces, chicloso, del cual se origina el significado vulgar y religioso de la palabra.)
Nos hicimos amigos hace un mes, un día de tristeza. Iba pasando y me dijo: "Glorias, joven". Me acerqué y le conté lo que ya le había contado a dos taxistas, y me dijo cosas poca madre, o mucha madre, como todo lo que dicen las abuelitas. Después de buen rato de platicar, llegaron otros clientes y me chivié un poco. Decidí que ya era tiempo de irme, y antes, como pensando "todavía que te aliviano y te me quieres escapar", me dijo: "¿no se lleva una gloria, joven?". Me niego a pensar que sea por carera que las dé a siete pesos, dos pesos arriba de lo normal. Concluí que debía ser por una cuestión bíblica. Le pagué, le di muchas gracias, dijo que iba a rezar por mí, y me fui, con más gloria y menos pena.
Al día siguiente la vi, en el mismo lugar, camino al metro, y me dijo, cómo te va chiquito lindo. Le dije que todavía estaba triste el asunto. Le expliqué. Me dijo, ay, ya me está dando coraje eso que me dices. Y me soltó un consejo que, más que a la sensibilidad, incitaba a la promiscuidad. Esa vez no vendía glorias, vendía borrachitos (los escandinavos a ver cómo le hacen; ignoro de que estén hechos), y como de plano esa vez sí me vio muy jodido, me regaló uno.
Al otro día la volví a ver. Me preguntó que cómo estaba. Le dije que mucho mejor. Bendito sea Dios, mijo. Hablamos un poco, le compré una gloria y me fui. Y así, sin detenerme tanto, las siguientes veces: saludos, gloria, bye.

La última vez que la vi, tras saludarnos, le dije que ya todo estaba mucho mejor, y me dijo algo muy chingón, que ahorita no recuerdo exactamente. Antes de irme me acerqué y le planté un beso en la frente.

Desde entonces no la he vuelto a ver. Temo que en su casa le hayan dicho algo como: "no, Agüe, váyase de ahí, hay cada pinche loco que luego uno ni sabe qué van a intentar después".

Pero no creo. Yo soy una persona muy decente.


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Ahora puras glorias de cinco pesos.




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Manda este mensaje a siete perso...

martes, febrero 10, 2004

Hoy me levanté temprano para ir a hacerme unos análisis. Como buen previsor, llevé una bolsa de plástico con mi desayuno para comer después, cuando intentara llegar a tiempo al trabajo. Por disposición de un famoso naturista de Chihuahua la bolsa constaba de alguna fruta, verdura, dos almendras. También llevaba un atole de fresa que compré al salir del laboratorio (donde de noche trabajo para conquistar al mundo), pan del que me dijeron que no comiera, y miel. La dieta que yo esté llevando a nadie le importa, eso queda claro. Pero desde que me comí todo eso frente a un nutrido grupo de personas en un íntimo espacio, ya lo puede saber todo el mundo. (Nutrido porque seguro todos habían desayunado antes de salir.)
Lo que quiero decir es que hoy, martes 10 de febrero de 2004, a ojos del respetable, que curiosamente era predominantemente chilango, desayuné en un pesero (vehículo modelo Combi, diseñado originalmente en Alemania en 1950, rediseñado en México DF con cordón cierra puertas, accionado por mano, antebrazo y músculos del hombro izquierdo del chofer).
Inauguré mi osadía a pocas cuadras de Insurgentes partiendo un limón con un cuchillo hotelero. Volví a la carga partiendo una de las veduras. Tres minutos después la vergüenza que le dio a los demás se había resumido a las miradas de una muchacha en la esquina opuesta (la esquina opuesta quedaba aproximadamente a un metro con setenta centímetros), quien no alcanzaba a entender por qué me empeñaba en comer frente a los demás, y además saludablemente.

Hablando de salud, el próximo viernes termino una residencia artística que duró un mes y diez días. O diciendo lo mismo de otra manera, el próximo viernes dejo este trabajo publicitario (y no me refiero al blog).
Me dedicaré a la escritura de un libro de relatos. Y a publicar en revistas.

No voy a trabajar de ingeniero. Adiós tarjeta platino.
Bienvenido Homero (con esas rimas, mejor la tarjeta).

Hago bien.
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En otras cosas de naturismo, ayer descubrí los tlacoyos.

lunes, febrero 02, 2004

Entre la esperanza y la realidad yace una novela llamada El mundo de ocho espacios, de la cual ya hablé aquí. La escribí entre los 26 y los 29 años. Hoy un agente literario por teléfono me dijo que le interesaban mucho mis cuentos (Los cuentos de la mujer perdida), escritos hace 5 años, y que podía pasar a recoger el engargolado de mi novela cuando quisiera. Yo le dije que últimamente mi escritura estaba retomando un tono más parecido al de mi primer trabajo y que le haría llegar lo más reciente de mi producción cuando terminara algo nuevo. Me dio esperanzas de incluirme en su catálogo de representados cuando esto pase.
Es decir, al mundo de ocho espacios que se lo lleve el diablo.
El hecho de que siete de cada tres personas que leen la mencionada novela no la entienden al principio parece explicar por qué tampoco esta vez fue la excepción.
Al colgar el teléfono, me vi frente a una página de Word que contenía mi más reciente trabajo publicitario (del cual ahora no puedo hablar con tanta ironía pues era un trabajo encargado por el dueño de la empresa, quien se preocupa por mi estabilidad emocional y de vez en cuando me encarga trabajos más edificantes). Total, lo que quería decir es que al colgar el teléfono me vi ante la página electrónica, llevando el cursor de arriba a abajo de la página con las teclas "flechita arriba", "flechita abajo" (vea usted el manual de su computador), así, al menos unas diez veces, como en una reacción involuntaria parecida a manejar sin rumbo por media hora, esto ante el rechazo de tan arduo trabajo novelístico. Porque deben ustedes saber que escribir algo raro tiene su chiste. Pero entonces, inspirado por esa serie de pensamientos constructivos que le vienen a uno en momentos difíciles, me dije: chingada madre, y yo que creía que le iba a gustar.

Tengo el consuelo de recordar lo que Jung dijo sobre libros como el mío (afortunadamente Jung ya no está aquí para decirme que no se refería a libros como el mío, sino a otros):
"que sólo serán comprendidos en la siguiente generación".

De mutantes.

¿Pero quién no es junguiano entre los 26 y los 29 años de edad?, excluyendo, claro, a los empresarios, administradores, ganaderos y ex-a-Tecs. Recuerdo con cariño a un amigo que tenía un comic llamado: "Ahí vienen los ex-a-Tecs-rrestres".

EMDOE fue escrito bajo una serie de coincidencias entre lo escrito, lo vivido, lo pensado, lo planeado, lo soñado, lo anticipado, lo percibido, lo pachequeado, y aquí dirán muchos: Ya salió el peine! Pero no, El mundo de ocho espacios lo vivimos a diario, todos: ustedes y yo. Que esté raro realmente no es culpa mía, soy un escritor de nuestro tiempo.

(Qué patético: Joven escritor justifica su libro frente a sí mismo.)
Pero van a ver.

Seguramente la tele, o un libro de Pérez Reverte.